Son las 5:45 de la mañana y aunque el despertador avisa a las 6, como de costumbre implacable, las ganas de salir al campo vencen al sueño. Las predicciones meteorológicas indicaban la pasada noche que este viernes 30 de mayo iba a ser una jornada de calor sofocante y sol justiciero y, al apartar las cortinas de la ventana del hotel, eso parece adivinarse. Luego de una rápida ducha abandono el maravilloso monte Igueldo de San Sebastián -¡¡qué vistas panorámicas sobre la ciudad!!- con dirección a Ablitas, en el sur de Navarra.
En las dos horas de coche que me separan de mi objetivo me vienen a la cabeza las amenas conversaciones vividas con los compañeros de SEO-Donostia la pasada tarde en el palacio de Cristina Enea, la fenomenal cena en la sociedad gastronómica y el encuentro con los colegas navarros Jose Ardáiz y Ricardo Rodríguez, con quienes repetiría jornada aunque, esta vez, de campo.
Tras cruzar el alto Bidasoa, los alrededores de Pamplona (tan de juerga estos días) y la Ribera navarra -regada por el Ebro y afluentes- arribo al páramo de Ablitas en busca de sus afamados alaudidos, con la alondra de dupont (o ricotí) como máximo referente, y de otras especies de carácter estepario.
Páramo de Ablitas, Navarra.
Lo primero que a un gallego le llama la atención de este entorno es su aridez y la cantidad de vida que alberga. En un par de horas pude observar decenas de calandrias, terreras o alondras. También se dejaron ver un buen puñado de gangas ibéricas, ortegas, aguiluchos laguneros y cenizos y muchos, muchísimos conejos. Una barbaridad de roedores.
De entrada pude escuchar cinco machos cantores de la esquiva alondra de Dupont, pero de dejarse ver nada de nada. Esta era la segunda vez que escuchaba esta especie -la primera había sido en 2006, en los páramos aragoneses de Belchite- pero de momento el contacto visual con la misma nunca se había producido.
A sabiendas de que la fecha para encontrarme con esta especie no era ya la mejor, llevaba dos horas de infinita paciencia pegado al coche con la oreja puesta en el secarral cuando caí en la cuenta de que un alaudido se había encaramado a una roca distante unos 30 metros de mi posición. Dado el carácter esquivo de esta especie no creí que se tratase de la misma, aunque al enfocar al ave con mis prismáticos casi al tiempo que esta comenzaba a llenar el aire de cantos cambié de opinión. En mi vida pensé ver esta especie tan bien...
Todo lo bueno es breve, así que la cosa duró no más de un minuto... ¡¡pero que minuto de deleite!!.
A eso de las 10:30 había quedado en hablarme con Jose Ardáiz, quien me acompañaría y guiaría con sus buenos consejos el resto de la jornada. Y así fue, nos vimos en El Pulguer, a una veintena de kilómetros de Ablitas. Por el camino una culebrera, abejarucos, una enorme balsa con fochas, buitres, cigüeñas...
Al llegar a El Pulguer nos dirijimos a una pequeña formación arbórea con el taray como protagonista en busca del zarcero pálido. Lo primero que vimos fue un ave de presa aparentemente herida vagando por el suelo que Jose recogió con premura; luego de un par de llamadas convenimos acercarnos a entregarlo a la guardería navarra para su rehabilitación. El ave, un milano negro, probablemente representaba un nuevo caso (y ya iban más de una veintena en las última fechas) de envenenamiento, auqnue su apariencia parecía presagiar una buena recuperación.
Milvus migrans herido.
Entre este suceso y la cantidad de agua que rodeaba el pequeño matorral arbustivo no pudimos prospectar la zona como la situación requería. Si tuvimos tiempo de escuchar un pájaro moscón (Remiz pendulinus), y de ver algún que otro cernícalo vulgar, aguilucho lagunero, chorlitejo chico reproductor, buitres leonados o una águila calzada de fase clara, entre otras cosas "menores".
Sea como fuere el sol comenzaba a golpear poco a poco, aunque quizás no lo suficiente todavía para una especie termófila como es el zarcero pálido. Con este panorama, ideamos desplazarnos a unos cortados cercanos al río Aragón para intentar especies rupícolas. Y no fue mal la cosa...
Lo primero que nos salió al paso fue un enérgico y vistoso macho de roquero solitario, seguido al poco rato por una preciosa collalba negra. Hay que ver lo que destaca su obispillo blanco en ese lustro plumaje negro. Instantes después, y ya subidos a lo alto de la pared, escuchábamos de lejos el canto de las oropéndolas en los márgenes de los sotos fluviales, divisábamos los múltiples milanos negros que nos sobrevolaban y descubrímos el vuelo veloz de una paloma zurita.
Hasta un alimoche adulto se sumó al espectáculo. Entre tanto sobra decir que pardillos, currucas rabilargas, verderones, jilgueros, y un largo etcétera de pajarillos hacían que apartar los prismáticos de los ojos fuese tarea complicada.
Era ya el medio día, y la temperatura ponían los poros a trabajar. Hicimos un cambio de registro para visitar la afamada laguna de Pitillas y sus alrededores, donde unos días atrás 3 cernícalos patirrojos se alimentaban copiosamente de insectos tal y como refleja de manera magistral Ricardo Rodríguez en su blog.
Vista del entorno de Pitillas, con la laguna al fondo.
Bordeando la laguna por las pistas perimetrales llegamos al punto donde los cernícalos del este habían sido observados. Escrutamos el campo para no descubrirlos, se habían ido. He de reconocer que el disgusto no fue pequeño, este año estaba siendo especialmente productivo en citas de esta escasa especie, y dejar escapar una oportunidad así era de lamentar.
Entre tanto en los márgenes de la laguna no era difícil observar a los atrevidos carriceros comunes y tordales, y hasta un avetoro -que gozada de bicho- nos premió con una fugaz visión en la espesura seguida de un vuelo de largo recorrido. Escuchar el mugido que esta ardeida tiene por reclamo siempre es algo que nos sorprende a los que podemos hacerlo muy de tarde en tarde.
Carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus).
Lo cierto es que siendo las 15:00 h, y con la temperatura que padecíamos, no se asomaba ni un pajarillo por lo prados y matorrales. Acaso algún que otro triguero -omnipresentes por doquier- parecía aguantar el chaparrón solar como buenamente podía. Solamente un macho de curruca carrasqueña puso la nota distintiva a los Emberiza calandra...
Unos kilómetros más lejos echamos un ojo a un cortado desde unos 500 metros de distancia, pared en la que se había visto algún ejemplar de búho real, sin suerte. Las imagen de mi Swaroski reverberaba como si de un oasis en pleno desierto se tratase.
Una llamada de Ricardo Rodríguez, a quien nos unimos, nos llevó a San Martín de Unx. En este lugar el bueno de Ricardo había visto fugazmente escasos momentos antes de nuestra llegada una carraca, pero el ave se había escondido más allá de una loma. Esta zona de S. Martín es especialmente querenciosa para localizar bisbitas campestres o escribanos hortelanos, especies de las que vimos unos cuantos ejemplares. La curruca mirlona y el roquero rojo tampoco faltaron a la cita, ni la malencarada culebra bastarda.
Una buena crónica de lo que el lugar representa puede verse aquí.
Por cierto que mientras visitábamos estas laderas soleadas llegó a mi móvil un mensaje diciéndome que se estaba viendo "a huevo" un precioso cernícalo patirrojo en Galicia, en un lugar donde llevábamos un mes buscándolo. Si es que no puede uno irse de casa...
Poco después tuve que abandonar a mis amigos para volver a la tierra; primero me despedí de Ricardo Rdz. en Pitillas -a donde habíamos vuelto- y finalmente de Jose Ardaiz en otro lugar más allá después de haber acertado, esta vez sí, con un búho real.
Vista del humedal de Pitillas.
Decidí tirar dirección Logroño, desde donde conduciría a Burgos y de ahí a León y Galicia. A la entrada de Logroño me fue imposible resistirme a la tentación de parar en el humedal de Las Cañas (que aunque casi pegado a la ciudad pertenece aún a Navarra).
Lo que llama enormemente la atención de este emplazamiento es la extensa colonia de ardeidas que se reproduce en sus bordes. Un ejemplo son estos nidos de martinete...
Martinetes, garcetas comunes y garzas reales en Las Cañas.
Algunas bisbitas campestres cantaban desde los prados aledaños, mientras que el ir y venir de pajarillos en la vegetación palustre era incesante. Carriceros comunes y tordales eran mayoría, pero he de decir que un bonito bigotudo (Panurus biarmicus) me alegró la tarde.
Pero el espectáculo estaba en las ardeidas.
Martinete (Nycticorax nycticorax) en los márgenes de la vegetación.
Al abandonar el pantano tomé esta imagen que refleja el aparentemente saludable aspecto de la zona húmeda.
Vista de Las Cañas.
Y de vuelta a casa. Con el cernícalo patirrojo de Galicia entre ceja y ceja cruzaba el tercio norte de la península dirección NW; "con un poco de suerte el ave aguantará unos días por la zona", pensaba. Y cual fue mi sopresa que, al salir de Logroño en dirección Burgos por la A-12, a la altura de la salida de Ventosa, un hermoso macho de esta especie de ave rapaz se cernía unos segundos sobre el parabrisas de mi coche, haciendo que instintivamente frenase y no provocase -de milagro- alguna colisión.
Lo que son las cosas.... Días después disfrutaría también a gusto de la hembra localizada en Galicia por parte de mi amigo Ricardo Hevia, como puede verse aquí, pero eso es otra historia que poco o nada tienen que ver con Navarra.
Buena tierra para el pajareo y grandes amigos. Doy fe.
sábado, 12 de julio de 2008
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