miércoles, 15 de octubre de 2008

Collage natural


Desde hace unas semanas he estado acumulando experiencias de campo, no todas ellas aderezadas con imágenes acreditativas de las mismas, pero sí algunas. En ocasiones uno pasea solo, como suelo hacer los lunes por Rinlo o cualquier otra jornada por la playa de Cariño; otras veces acompaño a mis amigos Ricardo Hevia y David Martínez Lago. De un modo o de otro siempre se disfruta de las aves.

En Rinlo la cosa ha evolucionado mucho en las últimas fechas. A día 29 de septiembre ya estaban los halcones peregrinos (Falco peregrinus) rondando a las presas en los prados...


Falco peregrinus en vuelo de caza.

Los migradores estivales que deben cruzar el Sáhara se apoyaban en el todavía erguido maiz (eso sí que a día de hoy permanece invariable), como esta tarabilla norteña (Saxicola rubetra):


Tarabilla norteña en un maizal.

Otros buscaban el sustento diario a ras de suelo, como este otro colirrojo real (Phoenicurus phoenicurus):


Colirrojo real hembra/juvenil.

Este insectívoro da la sensación de que ha sido más abundante en la migración que en pasadas temporadas, o al menos esa es la impresión que nos ha causado a unos cuantos. En Rinlo también me encontré con currucas zarceras (Sylvia communis), los primeros chorlitos dorados (Pluvialis apricaria) migradores y una tempranera bisbita de richard (Anthus richardi), uno de los emblemas de la zona.

No dejé de sorprenderme cuando a pies de unas frisonas lecheras me topé con 21 garcillas bueyeras (Bulbucus ibis) que, después de picotear todo lo habido y por haber, tomaron las de Villadiego (¡¡saludos a David, amigo natural de esta localidad castellana!!) con dirección Ribadeo.


Parte del bando de Bubulcus ibis.

Otro día por la sierra de A Capelada mis colegas y yo sorprendimos a un raposo (Vulpes vulpes) en uno de sus merodeos habituales.


Zorro común entre prados y matas de Erica.

Evidentemente, sorprender a un raposo (o golpe, como le solemos llamar en Cariño) es algo que no se puede sostener en el tiempo en demasía. Y claro, fijó sus verdes ojos en los observadores.


Vulpes vulpes.

Y, lo que son las cosas, cuando algún migrador primaveral rezagado no ha abandonado estos lares uno -el amigo Ricardo- se encuentra con aves originarias del gran norte, especies total y absolutamente distintas, con colores diferentes y hábitos norteños. Paseando por las pistas de Ortegal o, quizás, por una duna marítima puede escucharse -si la suerte acompaña- ese trino que los escribano nivales emplean como contacto de grupo. Los prados de Herbeira han dado el primer copo del invierno...


Plectrophenax nivalis. (Foto: R. Hevia)

Son los nivales aves activas, siempre a la procura de semillas en las cunetas terrosas de las pistas forestales, en las laderas dunares orientadas hacia la orilla, en el dique de abrigo de un puerto... Siempre en movimiento de aquí para allá, y habitualmente confiados con el ser humano.


Escribano nival en Herbeira (Foto: R. Hevia)

Así son estos recién llegados, de un tiempo a esta parte cada vez más escasos. Lejos queda ya aquel bando de más de medio centenar de aves observado en Herbeira en el otoño de 1996.

Era toda una nevada que cuando se alzaba sobre el piso semejaba un enjambre de algodón. De copos blancos nivales, por supuesto.

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