martes, 17 de marzo de 2009

Comienza el paso de limícolas... ¡¡ y sorpresa local !!


Lunes 16 de marzo, 18:00 horas.

Un paseo por los prados de Rinlo, Ribadeo, siempre puede ser estimulante para ver que se cuece a estas alturas del año en el campo. Lo cierto es que en estas fechas de indefinición ornitológica, cuando buena parte de los invernantes ya se han ido y la inmensa mayoría de los migrantes subsaharianos no han llegado, personalmente salgo al campo "sin mucha fe". Si a todo ello sumamos una temperatura quizás excesiva para las fechas en las que estamos, pues la zozobra está servida. Este era mi panorama mental en el momento en que bajé del coche.

Y no me engañaba demasiado. Pájaros cero. Pero cero, cero. No más de 5 o 6 bisbitas comunes o pratenses (Anthus pratensis), 2 alondras (Alauda arvensis), una pareja de pardillos comunes (Carduelis cannabina) y nada más. La tranquilidad era excesiva, y los signos primaverales nulos. Bueno, si cabe la librea del macho de pardillo, pero no más.

Sin embargo todo cambió de repente, es un plis plas. Es increible como puede alegrársele la tarde a uno con tan poca cosa y en tan corto espacio de tiempo.

Llevaba yo una hora paseando cuando un reclamo repetido a lo unísono por varias aves en vuelo llamó mi atención. Se trataba de mi primer grupo migrador de Numenius phaeopus de la temporada. La cuadrilla de 36 aves decidió darse un pequeño homenaje en una de las praderas naturales, donde sus picos entraban y salían como estiletes de la tierra recientemente revuelta por el hombre. Luego del tentempié continuaron con su periplo hacia el este, y yo hacia el oeste.

Observar a los zarapitos trinadores me animó a tentar a la suerte un poco más, así que puse rumbo -antes de regresar a casa- hacia una zona de regadíos para probar la llegada de las buscarlas pintojas (Locustella naevia). Que menos que buscar a la buscarla...

Pero ocurrió lo que suele ocurrir. Ni rastro de las buscarlas y las inmediaciones del lugar de prospección claramente alteradas por la mano de hombre, con una intensa siega de silveiras -algunas de ella servían de lugar de anidamiento a las currucas cabecinegras (Sylvia melanocephala)- y otra vegetación.

Metido de nuevo en el coche bajo las ventanillas y me relajo escuchando los sonidos de las aves que aún se animan a la caída del sol. Y en ese momento salta otra sorpresa en forma de reclamo. "Un mochuelo", pienso casi al instante. Rastreo con la mayor premura posible el medio tratando de localizar el punto óptimo del que procede el chillido, llevando la vista de manera casi automática a un núcleo de casas. Algunas habitadas, otras abandonadas y en avanzado estado de deterioro. Y fue en una de estas últimas, la primera de ellas, donde una pareja de mouchos comenzaba a desperezarse con el ocaso. A pesar de que lugareños entraban y salían incesantemente de las casas anexas, los mochuelos los obviaban. Ni caso.

Es la primera pareja de mochuelos comunes (Athene noctua) que localizo en la Mariña oriental, toda una sorpresa local para mi. Veremos que da de sí esta nueva temporada reproductora para este dúo.

Tratando de rizar el rizo, y ya con las últimas luces del día, me aproximé a la antigua gravera de Barreiros, muy cerca de la ría de Foz para ver si la casualidad me guardaba una última sorpresa. No fue así, una de cal y una de arena. Como vino sucediendo a lo largo de la tarde.

Mejor no quejarse.

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