jueves, 31 de enero de 2008

Twitching en los Países Bajos (I)

Viernes 25 de enero, 18:30 horas. Estoy en Ribadeo seleccionando gorro, guantes, polar… ropa de abrigo, en definitiva. Intentando esquivar ese nerviosismo propio de víspera de viaje ornitológico procuro no olvidar el material óptico, a la par que escucho la llamada del timbre.

Llega desde Cariño Ricardo Hevia, recolocamos todo el material en una sola bolsa, y a eso de las 19:00 h. arrancamos hacia Oviedo para encontrarnos con el tercer integrante de la expedición en el aparcamiento de una conocidísima empresa de muebles. El bueno de Dani L. Velasco aparece cargado de optimismo e ilusión ante la posibilidad de ver los “bimbos” que tenemos entre ceja y ceja, si algo sobraba eran las ganas de ver aves.

A las 21:00 horas partimos en coche hacia Barajas, a donde llegamos a las 2:00 h. Después de dormir casi tres horas, facturar el equipaje, embarcar, etc…volamos a Eindhoven en la mañana del sábado.

Puntual como un reloj suizo, el avión aterriza –no sin alguna dificultad mínima- en la capital de la Phillips. Rápidamente recogemos el coche que habíamos alquilado vía internet y con muchos nervios, atravesamos toda Holanda de SE a NW en un par de horas, en busca de nuestra primera “víctima”: el porrón coacoxtle (Aythya valisineria), especialidad neártica. El ave, que ha aparecido en la localidad de Castricum en los últimos cinco inviernos. Dejamos el coche y caminamos un par de kilómetros por una hermosa ruta cicloturística repleta de deportistas, mientras que nos deleitamos con un inmenso cordón dunar a orillas del mar de Norte.

Tras una pequeña vacilación alcanzamos el lago de Castricum, para entrar en el concurrido observatorio de la orilla sur. Niños y mayores disfrutan allí de serretas grandes, porrones comunes, porrones moñudos, ánsares comunes y porrones osculados.


Mergus merganser. Bonito macho fotografiado en Castricum.

Me quedo absorto con un grupo de 10 serretas grandes, una de ellas un macho precioso. Tampoco le hago ascos a otro flock de porrones osculados, con esos brillos malvas tan característicos de los machos.


Hembra de porrón osculado.

Al momento Dani cree haber localizado al porrón coacoxtle, justo en el instante en el que una hembra de havelda se sumerge en la imagen de mi telescopio.

Efectivamente, un macho de porrón muy blanco de dorso dormita entre sus parientes europeos. “A ver si saca la cabeza”, nos decimos, mientras que los ornitólogos locales nos miran perplejos, no sin dejar de encuestarnos con toda una batería de preguntas sobre nuestra procedencia, objetivos del viaje, lugares óptimos para observar aves en España, etc…
Y el pato se presta al juego y comienza a desperezarse. Una primera visión desde lejos nos deja imágenes como esta:



En primer término, Aythya valisineria macho.

Lo miramos y remiramos para asegurarnos de lo que vemos y, sí, era lo que buscábamos. Ponemos pies en polvorosa hacia la orilla opuesta de la laguna, desde allí lo veríamos mejor.
Y vaya si lo vimos mejor. Buceando activamente…



¿Quien soy? Cabeza y pies en el agua, cuerpo fuera. Estética postura...

…y también mirándonos.


Macho de Aythya valisineria, más de cerca.

¡¡ Qué gozada!!. Nos recreamos con el ave hasta la saciedad, y pensando ya en el siguiente objetivo –y último del día- nos vamos a la vez que un reyezuelo sencillo anillado busca insectos entre los matorrales.

Cambio de registro y de hábitat. Atravesamos pastizales y algunos de los tradicionales canales hasta llegar a un archiconocido pólder (Pettenpolder) en el que invierno tras invierno se observan ánsares caretos chicos. Casi al llegar nos damos de bruces con un inmenso bando de gansos pastando, unas centenas de aves, casi en su mayoría ánsares caretos grandes. La impresión de ver tantos caretos grandes juntos nos deja boquiabiertos, algo que no por frecuente en Holanda impacta menos cada vez que se nos presentaba (que era casi de contínuo).

Inmersos en este grupo encontramos 7 barnaclas cariblancas y un ánsar piquicorto, pero ni rastro de caretos chicos. Miramos ave por ave, una a una, durante una hora. Entretanto el viento de SW no para de azotar, incordiando sobremanera nuestra labor, y las avefrías y chorlitos dorados forman grandes nubes en el cielo. Es complicado explicar en palabras lo que pasaba ante nuestros ojos.

Pisteamos un poco por la zona al “estilo Villafáfila”, con los nervios a flor de piel. “Tienen que estar” nos repetíamos constantemente, hasta que encontramos otro buen bando de ánsares.


Desde lejos escrutamos con los prismáticos para darnos cuenta de que eran más caretos grandes, así que probamos suerte de nuevo. Sacamos telescopios y vuelta a repasar las aves una a una. Ricardo y Dani cantan lo esperado: los habíamos localizados. No menos de 45 aves se movían agrupadas entre los caretos grandes. Es curioso, pero a los tres nos dio la sensación de que los Anser erythropus se diferenciaban bastante bien en el campo de Anser albifrons, incluido el característico y muy patente –a pesar de la distancia- anillo ocular amarillo.
Mientras caía la tarde y nos recreábamos en nuestra suerte a lo largo de la jornada llegó junto a nosotros un ornitólogo holandés con el que departimos un buen rato en inglés. En un momento dado, mientras hablábamos en castellano entre nosotros, el nativo nos sorprendió con un perfecto “¡¡coño, pero si sois españoles!!”. Increíble, lo que nos faltaba por ver (o por oir, vaya). Y con este buen amigo, casado tiempo ha con una moza oscense, acabamos la tarde a orillas de un desapacible mar del Norte, entre miles de gaviotas canas, grupos de tarros blancos, avocetas, muchas gaviotas argénteas, archibebes oscuros, gaviones atlánticos, miles de avefrías, etc…

Después de las despedidas nos dirigimos a Haarlem en busca de alojamiento nocturno; el viaje transcurrió entre comentarios, compartiendo las mejores jugadas del día. Al llegar, nos instalamos y salimos una hora a cenar algo.

El domingo había que madrugar, nos esperaban muchas más sorpresas…. (continuará).

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