jueves, 7 de febrero de 2008

Twitching por los Países Bajos (V)


Miles de barnaclas carinegras invernan en el norte de Holanda.

El plan para el lunes 28 era localizar en el norte de Holanda una Branta nigricans entre miles de Branta bernicla, algo alucinante de disfrutar ya en si mismo. Posteriormente intentaríamos observar una hembra de serreta capuchona, que tras un par de semanas desaparecida, había sido relocalizada el día anterior. El tiempo restante sería para disfrutar especies más comunes, aunque no por ello menos interesantes.
Llegamos al lugar de las barnaclas tras un cómodo viaje por autovía, e intuitivamente comenzamos a repasar una bahía marina próxima al prado donde solían verse las aves, dado que en el pastizal no estaban. Sólo alguna barnacla carinegra suelta, así como varios gansos de Egipto (casi tan frecuentes en toda Holanda como los cisnes vulgares).

En la bahía marina, entre varios cientos de barnaclas carinegras de la subespecie nominal B.b.bernicla Ricardo localizó el primero a la B.nigricans. En este remanso de la costa descansaban además tarros blancos, porrones osculados (unos 65), ostreros, etc…
La brisa nos impedía tomar buenas fotografías, y la alegría duró poco porque las aves levantaron el vuelo y nos dejaron con un palmo de narices.

Comenzamos a pistear en busca de algún bando de barnaclas carinegras, hasta que dimos con un buen grupo (de unas 1.000 aves) que nos dejaba verlas desde bien cerca. Pero otra vez un chasco ya que, tras un sonido (tipo disparo) el grupo alzó el vuelo. ¿Qué hacer? El tiempo corría. Vamos a probar suerte otra vez, a ver si de ésta va la vencida…

Pero nada de nada. Repasamos otra inmensa bahía marina donde es imposible contabilizar las aves presentes. Decenas de miles (sí, sí, decenas de miles) de ostreros, zarapitos reales, correlimos, etc… reposan en los intermareales acompañados de tarros blancos entre muchas otras especies. Y en el mar algunos eideres y vaya usted a saber que más. Aquello era la marabunta.

De pronto, cuando ya nos íbamos, vemos como un grupo de barnaclas carinegras se posan en un pólder próximo.


Última oportunidad y, esta vez, fue la buena.


En en el centro, ejemplar de Branta nigricans.

Habíamos invertido mucho más tiempo del que creíamos necesario para encontrar esta B.nigricans, pero valió la pena.


Vista frontal del llamativo collar blanco y pecho oscuro de Branta nigricans.

Eran casi las 13:30 cuando nos fuimos en busca de la serreta capuchona, y a las 17:30 la luz no daba tregua.

Arribamos a Lelystad, en Flevoland, una zona de canales amplios y mansos que comunican dos lagos. Nos cansamos de buscar y rebuscar en las cuatro vías de agua principales, primero nosotros solos y posteriormente acompañados de un viejo ornitólogo suizo. Pero nada de nada. Se veía que los planes que tan bien se nos habían dado días atrás esta vez no querían acompañar.

Eso sí, en los márgenes de los canales observamos hasta 16 serretas chicas…¡¡ con cinco preciosos machos!!.

Después de más de dos horas estábamos ya desesperados, cuando un ornitólogo holandés que había estado con nosotros por un instante una hora antes avisa a Dani y a Ricardo de que el ave se encuentra unos cientos de metros más allá, en un curso de agua frente a una granja. En ese momento yo no hacía más que curiosear un animoso grupete de páridos, con algún reyezuelo sencillo entre reyezuelos listados.


También habíamos oído carboneros sibilinos, pero se nos escapaban.

Gritos y más gritos. “¡¡José Miguel, que la encontraron!!”. Corro al coche, y salimos pitando (no en sentido literal, obviamente). De camino Dani y Ricardo me cuentan que han visto un ratonero con rasgos de Buteo lagopus, pero que la cosa ha sido demasiado fugaz. "En este momento ya me es indiferente el ratonero calzado, hace unos meses he visto varios en Noruega", pensé. Y es que una Mergus cucullatus no era moco de pavo.

Cuando llegamos al lugar de la serreta (casi fue encender y apagar el coche) la localizamos sin el más mínimo problema entre un flock de porrones moñudos, como puede verse.



Hembra joven de Mergus cucullatus, tercera por la derecha, acompañada de porrones moñudos.

Al poco las anátidas arrancan el vuelo para ir a posarse justo en el sitio donde nos habíamos tirado dos horitas buscándola…¡¡manda huevos!!.
En fin, es lo que tienen las aves.

Aquí sí que nos paramos a contemplar la serreta a placer, pero ya se sabe que cuando las cosas salen bien pues salen bien, así que un par de carboneros sibilinos decidieron posarse frente a nuestras narices para redondear la jugada. Fue Dani quien primero los localizó.

Nos quedaba una hora de luz, así que convenimos que el broche a nuestro viaje sería intentar un ánsar nival visto el día anterior a tan sólo 30 minutos de donde nos encontrábamos. Y allá fuimos.

Un kilómetro antes de llegar nos topamos con una tremenda masa de agua atestada -literalmente- de patos. Miles de ellos había allí. Con todo, pasamos de largo y fuimos a por el ganso blanco.

Rápidamente encontramos al único bando de ánsares de la vuelta, la ya clásica mezcla de barnaclas cariblanca y ánsares caretos grandes. En el medio vi salir un cogote blanco…“¡¡creo que lo tengo!!”. Iluso de mi, no podía sospechar yo que hasta los holandeses se equivocan. Y sino no hay más que fijarse en lo que fotografié en cuanto me centré y pude ver la cosa más detenidamente.



Este es el pseudo-ánsar nival. Un fiasco, vaya.

Y es que alguien en Holanda había dado este ejemplar -de váyase usted a saber que- por un ánsar nival genuino. “¿Y ahora qué hacemos?”, nos preguntamos. Nos quedaba escasamente media hora de luz, lo que no aconsejaba irse muy lejos.

(continuará)

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