jueves, 7 de febrero de 2008

Twitching en los Países Bajos (II)


Buscando al escribano pigmeo.

El domingo 27 amaneció con cielo gris, brisa ligera y suelo mojado. Había llovido durante la noche.
Antes de pajarear íbamos de recoger a Steven Wytema, un animoso ornitólogo holandés con el que Dani había contactado previamente, y quien nos acompañaría a lo largo de toda la jornada.

Era el “día grande” según nuestro plan, con muchas especies que observar, algunas de ellas auténticos lujos en el paleártico occidental.

Para muestra del calibre de las mismas, un botón: el Emberiza pusilla de Katwijk. Para mi -debe ser porque los pajarillos siempre me han atraído- la joya del viaje, sin lugar a dudas.

Llegamos a Katwijk guiados por el imprescindible GPS, esperando encontrarnos allí con otros ornitólogos, pero no había ni el primero. No tardarían en llegar.

A los 5 minutos, mientras que bien repartidos peinábamos un terreno yermo (sin ninguna particularidad digna de reseña, todo sea dicho), vimos como tres pajarillos aterrizaban en una mata de hierbas a escasos 30 metros de nosotros. Uno de ellos me dio la sensación de ser más pequeño que los otros dos. Ricardo y Dani también se percataron del asunto, y así lo comentamos rápidamente.
La tensión ya se palpaba porque sabíamos que el escribano pigmeo se movía asociado a una pareja de escribanos palustres, por lo que –como se suele decir- se nos pusieron las orejas de punta (o la gallina de piel, como dijo un día el gran Johan Cruyff).

Un repaso rápido de los cuatro telescopios por el herbazal, y la primera pregunta de Dani “¿lo veis?”. “No, yo sólo veo de momento la pareja de Emberiza schoeniclus” respondí. Todos dábamos por hecho de manera tácita que el ave estaba allí, pero…¿dónde?.

“Falta un pájaro, el más pequeño. ¿Dónde estás?” me preguntaba a mi mismo una y otra vez. Hasta que lo localizamos, atiborrándose de semillas. La observación duró unos 40 segundos, y me quedé tan absorto fijándome en todos sus rasgos identificativos que, aunque tenía la cámara en la mano, no tiré ni una foto.

De repente el pajarillo da un salto para moverse unos poquitos metros, desapareciendo en una mata de hierba más alta.

Y llegaban más y más ornitólogos, éramos nueve en ese momento, incluido Maarten, el birder holandés casado con una oscense que habíamos conocido el día anterior mientras los ánsares caretos chicos nos deleitaban. Como curiosidad, y luego de dialogar un rato, descubrimos que Maarten es uno de los autores del “Atlas de las aves de Huesca”. ¡¡Qué pequeño es el mundo!!.

Después de esperar unos minutos nos acercamos un poco más a la mata y, claro, las aves levantaron el vuelo. No se fueron muy lejos, un saúco situado a unos 100 metros les sirvió de posadero. Y fue allí donde realmente disfrutamos viéndolo y fotografiándolo.



El Emberiza pusilla de Katwijk.

Parecíamos niños con zapatos nuevos, regocijándonos con este precioso pajarillo durante casi dos horas, sobran las palabras.

Se movió varias veces en un radio de unas decenas de metros y…¡¡hasta se posó en un arbusto sobre nuestro coche!!.

En ciertos momentos lo llegamos a tener a tan sólo 5 o 6 metros, comiendo entre matas.



Otra vista del confiado escribano.

Y a las 11:00 partimos en busca del siguiente Miura de la jornada, el porrón albeola de Barendrecht. Pero antes un alto en el camino para ver un bandito de ánsar campestre, casi todos A.serrirostris salvo un ave de la subespecie nominal A.f. fabalis, lo que representaba una magnífica oportunidad para continuar profundizando un poco más en el conocimiento de los gansos.

Las aves estaban dormitando a bastante distancia, de ahí que la foto sea mala.



Grupo de ánsares campestre, con el ejemplar de la subespecie nominal incorporado.

Más cerca un grupillo de silbones, con este curioso individuo sospechoso en medio.


Anas penelope con plumaje aberrante.

Y de aquí al Bucephala albeola. (continuará)

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