miércoles, 2 de abril de 2008

Me gusta Rinlo

De semana en semana, siempre que mis quehaceres profesionales me lo permiten, me paso por los más interesantes prados que –todavía- nos quedan en la ya maltrecha rasa costera lucense. Lo que están haciendo las promotoras inmobiliarias en la costa de Barreiros no tiene nombre, y la anuencia (cuando no complicidad) del concello no tiene perdón… Lamentable.

Decía yo antes de este desahogo que, siempre que puedo, me escapo a este mágico lugar, en concreto al amplio mosaico de fincas a caballo de la parroquia de Rinlo y el lugar de Meirengos, con la punta Corveira al frente. Más allá de Ortegal, es mi lugar fetiche, por qué no admitirlo.

Y eso que todavía estoy a la espera de esa megarareza en forma de passeriforme que sé algún día caerá. Al tiempo…

Las prisas no me apremiaban el pasado lunes, así que mi idea era la de patear por espacio de un par de horas las pistas que bordean las fincas, disfrutando de una soleada tarde primaveral que se gustaba a si misma como hacía semanas que no lo hacía. Pronto me di cuenta de que la cosa se presentaba ociosa.

Tras colgar los prismáticos al cuello, montar trípode y telescopio al hombro y, por supuesto, preparar la cámara (por si las moscas) empiezo la caminata, envuelta la atmósfera de un extraño silencio. La explicación a este mutismo y el primer sobresalto tardaron sólo 50 metros en cruzarse –nunca mejor dicho- en mi camino.


Una potente hembra de gavilán y quien escribe nos sorprendimos a lo unísono al toparnos de bruces -a escasos 6-7 metros- mientras el accipítrido se merendaba en el suelo una suerte de Sturnus unicolor o Turdus merula macho que no di a distinguir. La rapaz, que estaba afanada en la pitanza de espaldas a mi, no me oyó llegar y yo, torpe de mi, no reparé en su presencia.

Salió pitando, pero sin saberlo la cosa se le iba a complicar sobremanera; desde una torre eléctrica una pareja de Falco tinnunculus vigilaba su feudo y, a esos sí, yo los había visto. Instintivamente alcé la vista para ver como respondían los cernícalos al intruso, pero por aquel entonces el macho de la falcónida ya caía como un rayo sobre el gavilán que, sin beberlas (que no comerlas) se encontraba en medio de una guerra a la que nadie lo había invitado. La hembra de cernícalo advirtió en la segunda pasada seria, saldada con algunas plumas arrancadas.

La trayectoria del Accipiter nisus tenía como parada y fonda un bosquete de eucaliptos distante unos centenares de metros en el horizonte, con dirección a los cuales ya había señalado el rumbo. Y a la tercera se armó el belén.

La rapaz azul y roja cual culé, con una energía como yo nunca había visto en esta especie, se abalanzó sobre la espalda del gavilán y clavó sus garras en su dorso con inquina. La altura de vuelo de la tripleta (mirlo/estornino, gavilán y cernícalo) descendió casi hasta rozar el verde, una nube de plumas saltaron por lo aires, y con paquete y mochila al lomo aguantó el accipítrido el tipo como buenamente pudo por espacio de unas eternas decenas de metros. Luego el cernícalo dio la guerra por finalizada, una corneja negra llegó tarde a la diversión y, el perjudicado protagonista, fue capaz de alcanzar la foresta -no exento de dificultades- sin desprenderse de la merienda. Impresionante.

Después de semejante escena –de la que en parte me sentía desencadenante- los campos comenzaron a recobrar sus sonidos. Alondras en vuelo suspendido, fringílidos por doquier, acentores encaramados en las zarzas… Primavera, vaya.

En su lugar de siempre tiento a las Bisbitas de Richard, levantando 4 ejemplares, de las que una –muy curiosa- se deja fotografiar a placer.



Anthus richardi. Vigilante ejemplar presente en Rinlo.

Tras unos cortos vuelos sobre mi cabeza acaban por descender a su prado predilecto, donde las dejo en paz.

Giro de 180 º para mirar al mar, donde localizo una balsa de no menos de 66 Puffinus puffinus, acompañadas por alcatraces, gaviotas, etc… De fulmar ni rastro, por supuesto. En la Pena dos Corvos, un Phalacrocorax carbo con su lustroso plumaje estival acompañaba a 7 Phalacrocorax aristotelis, tres de ellos anillados por lo compañeros asturianos en las próximas islas Pantorgas.


Phalacrocorax carbo y joven P.aristotelis, este último anillado como "PX".

Tuve la posibilidad de leer los tubos PVC rojos de dos (un joven “PX” y un adulto “JV”) pero el tercero, soleándose tumbado sobre la roca, no me facilitó la tarea. En los tojales cercanos las persecuciones entre pardillos denotaban el nivel hormonal de los animalillos, alguno como el de abajo, llegando a desafiarme.


Carduelis cannabina macho.

Entre los muros de la antigua cetárea de Rinlo hay una especie que nunca falla, con su aflautado canto y su –ahora- vistosa librea. Siempre en lo alto de rocas y atalayas, los colirrojos tizones son una de esas especies que nos suelen acompañar en los acantilados mientras seguimos aves marinas. A veces su comportamiento me recuerda a un petirrojo de paredes, con la misma curiosidad que el Erithacus, pero con una destreza para desenvolverse entre las rocas nada usual. Si, como alguien dijo una vez, el roquero solitario es el mirlo del pedrero, el Phoenicurus ochruros debe ser una suerte de petirrojo de las grietas.


Phoenicurus ochruros. Sus placas alares están en estas fechas en su máximo esplendor.

Después de un par de horas el reloj marcaba las 18:30 h., así que decidí marcharme hacia la ría de Foz para seguir las evoluciones de los cisnes cantores. El pasado sábado Ricardo Hevia y yo sólo encontramos 4 aves de las 8 presentes días atrás ( véase aquí), y este lunes menguaron ya a tres. Ayer martes ninguno, el calor los ha llamado a irse al norte, a su norte.

Pero mientras marchaba buscando el coche un buen bando de verderones y pardillos decidieron retenerme por unos minutos luciendo los machos sus vistosos colores. No podía perdonar semejante atrevimiento, así que cuelgo este verderón.


Carduelis chloris.

¡¡ Qué bonitos son los fringílidos !!. Y que magnífico sitio para el pajareo son Rinlo y Os Meirengos. Quien sabe cuantas sorpresas nos deparará esta nuestra rasa gallega, a la que deberíamos –de verdad- cuidar un poquito más. Sobre estos prados de Rinlo todavía pende una espada de Damocles en forma de piscifactoría.

No lo permitamos.

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